6.13.2017

PAGAR POR ESPINAS
Hace algún tiempo, unos cuantos contactos en facebook expulsaron de sus nóminas de amigos a un usuario, a causa de unas fotos en las que aparecían pescadores cubanos en un embalse con sus respectivas ensartas de lobinas negras boquigrandes, capturadas y retenidas para su uso como alimento. ¿Vergonzoso? En absoluto: nadie que ejerza seriamente alguna función en la comunicación social, como es el caso de ese usuario, puede darse el lujo de deformar la realidad, no importa si es un columnista de moda de El País o del New York Times o un bloguero que agradece a amigos el acceso a la red o se araña el bolsillo hasta contar con lo necesario para subir a internet sus contenidos.
En Cuba el deporte de la pesca no ha tocado la cota de la captura y liberación en la misma medida en que otros países y comunidades, incluso de habla hispana, han adquirido conciencia de la importancia de proteger el recurso base del disfrute de la afición. Este interés conservacionista no se da en sí mismo sino como una conquista cultural, que eleva la sensibilidad ambiental de determinados pueblos. La verdad es que toda la cuestión de la pesca por afición se ha desarrollado en base a su aprovechamiento económico, lo cual no tiene nada cuestionable, advirtámoslo desde ahora mismo. Todo lo contrario: el valor económico crea conciencia en la importancia del recurso, peces y paisajes, y tal conveniencia impulsa lo mismo la previsión legislativa ―estableciendo normas apropiadas y reglamentaciones eficaces― que la placentera aceptación del público. Si en el deporte de la pesca, o más específicamente en su operación turística, hay un componente económico, eso mismo genera un modo más cuidadoso de conservar el recurso.
En Cuba los peces son capturados por el aficionado y existe desde muy antiguo la costumbre de consumirlos, de ahí que los más respetables ictiólogos anotaran cuidadosamente cuales peces eran buenos para comer y cuáles no. Era el siglo XIX, una época de toma de control sobre los recursos de la naturaleza, y la pesca fue relativamente tardía en ello, debido a su papel poco interesante frente a los saldos económicos del azúcar, el tabaco, el café en la época colonial. Durante la república, la pesca avanzó algo como industria, pero el turismo se decantó a otras fuentes: su casino, su hipódromo, para apuestas, estaban en una parte del juego que tenía su atención, valga la sutil redundancia. La pesca se perfiló como producto turístico, pero perdió la puja.
La crisis de los noventa, que puso treinta y cinco mil balseros en el estrecho de la Florida, tuvo algunas consecuencias internas para la gente que se quedó en la Isla, parte perjudicada en una situación en que solo le tocó el peor papel, no importa las razones que tuvieran los rusos para sus cambios, los americanos para su bloqueo, y el gobierno del país para su política. Hubo gente sin antecedentes agrícolas que se fueron al campo a trabajar como labriegos; hubo quien fabricó sal en la orilla del mar, hirviendo agua salada, o el que entraba al monte y arrasaba con la jutía, quién el venado, o expurgaba maderas preciosas para abastecer artesanos, y en cada embalse o tramo de costa, gente fue de pesca y llevó a su casa el pescado o el dinero que ganó con su captura.
Algunos de aquellos verdaderos peleadores acabaron por salir de la Isla. Otros permanecen, tratan de prosperar en algún pequeño negocio si el gobierno lo permite, o desgastan su tiempo, tal vez con menos agobio, porque amigos o familiares que ya residen en el extranjero los ayudan. Pero el tiempo de soltar los peces, que ya debería de haber llegado, parece ahora tan lejos como en 1992.
Un cuarto de siglo de plazo y han llegado el turismo y un arreglo que ya está trayendo un flujo de pescadores norteamericanos a Cuba. Ya no viene por un tercer país, ni se inventan una razón profesional. Ahora hay agencias que pueden llevarlos al archipiélago vecino mediante un módico pago adicional que convierte a los viajeros en elegibles para una de la docena de categorías que el gobierno de Obama estableció para aligerar la carga del absurdo obstáculo al intercambio natural de persona a persona, o pueblo a pueblo, como dice la oportuna retórica. El caso que esa vía, sin ser la gran autopista, ya ha provocado que la proporción de estadounidenses pescadores en Cuba haya pasado de unos cuantos arriesgados a un noventa por ciento del flujo anual de pescadores en algunos sitios, como Ciénaga de Zapata, o sea, Bahía de Cochinos, que es el nombre que eligieron los propios norteamericanos. El resto son los europeos, que hasta 2015 eran la mayoría.
Cada turista  que reserva una pesquería en Zapata, pongamos por caso, suele anzolar como máximo una docena de macabíes a condición de que conozca bien el manejo de una vara de pescar a mosca, que tiene sus exigencias en cuanto a lograr distancia y precisión en el tiro. Cada uno de esos peces, bajo la atenta mirada del guía, es liberado del anzuelo, delicadamente colocado en el agua, y observado mientras se aleja: vivo.
Un residente en el poblado de Jagüey Grande, Matanzas, localidad limítrofe con el municipio Ciénaga de Zapata, nos informaba hace poco que en una pescadería local se estaba vendiendo macabí para consumo de la población. Dada la ubicación geográfica del lugar, el pescado solo podía provenir de la costa inmediata, o sea las áreas próximas a la bahía de Cochinos, donde desde los años noventa se llevan a cabo operaciones de pesca turística internacionalmente reconocidas. Averiguaciones vía telefónica dieron por resultado que la entidad que adquiere el pescado del sector encargado de su captura, paga a razón de 9.10 pesos *, moneda nacional, el kilogramo de macabí, y lo transfiere al comercio interior para su venta al público.
No es necesario que las redes de pesca se calen precisamente en las áreas de operación turística, eso sería demasiado, tratándose como se trata de áreas protegidas por ley. Pero el macabí que es capturado en aguas limítrofes es el mismo que con el flujo de las mareas accede a los bajos, las marismas, o sea, los flats turísticos. Existe una resolución del Ministerio de la Industria Pesquera, la número 203 del año 2001, que prohíbe “la pesca comercial de las especies macabí ( Albula vulpes ) y sábalo (Tarpon atlanticus ), en toda el área del Golfo de Batabanó y la cayería de Las Doce Leguas, en el archipiélago de los Jardines de la Reina”. Sucede que Ciénaga de Zapata no se halla en ninguno de ambos territorios, sino en medio. 
De acuerdo con el dato obtenido, en ese primer paso de la cadena mercantil, una tonelada de macabí representa a los establecimientos de pesca un ingreso de 9 100 pesos, valor equivalente a poco más de 350 dólares al cambio actual ** de la divisa en el país. En una tonelada de macabí pueden contarse unos 750 ejemplares, con una media de casi tres libras, lo cual es cercano al peso de las piezas cobradas en las áreas de pesca turísticas; si pesaran menos, serían todavía más ejemplares de pescado espinoso llevados al mercado.
En un caso ideal, la cifra de peces que caben en una tonelada alcanzan para satisfacer las expectativa de unos 60 turistas, cada uno de los cuales paga 450 dólares cada vez que llega a Las Salinas o San Lázaro a vérselas con el plateado, veloz y elusivo macabí, sin contar lo que retribuye por otros conceptos propios del viaje, como alojamiento, alimentación, transporte, etc. Bien sacadas las cuentas, solo por pescarlos, una tonelada de macabíes vivos debe reportar 27 900 dólares en operaciones turísticas bien planificadas, con capacidad de carga y zonificación apropiada en las áreas de pesca, de manera que los ingresos satisfagan los costos y ofrezcan un monto correspondiente para la sostenibilidad de las áreas protegidas. No ha de descontarse el saldo adicional que aportan, en términos de calidad de vida, cuando el turismo es enfocado asimismo como una fuente de empleo y beneficios a las comunidades inmediatas. Es eso, o llevar el macabí a la mesa y empezar a retirar espinas.

NOTAS:
*El precio de 9.10 CUP por kilogramo de macabí fue obtenido el 8 de junio de 2017 mediante una llamada a la Empresa Comercial de Alimentos, COPMAR, en La Habana.  

** El cambio oficial a razón de 1.0336 CUC  por dólar estadounidense. Cada CUC equivale a 25.00 CUP, o sea, pesos en moneda nacional (Sitio del Banco Metropolitano, lunes 12 de junio de 2017). De ahí que 9 100 pesos cubanos poseen un equivalente a 364 CUC, que según dicha tasa de cambio son 352.17 dólares.